
Hace apenas unos pocos meses, en un litigio en el que estoy involucrado activamente, el abogado de la contraparte cometió el error, la indiscreción de darme a entender que su representada me estaba investigando. Desde luego, no fue una sorpresa para mi, pues en todos los casos entre más sabes de tu contraparte y menos ellos de ti, es mejor. Cuando el caso es importante, desde luego amerita incluso la contratación y pago de investigadores privados.
El punto nodal aquí es la forma en que tu mundo puede ligarse y rastrearse. La cantidad de información disponible en perfiles sociales de una básica búsqueda en Google es apenas la punta del iceberg. Sí, es un hecho que como usuarios de tecnología social somos por naturaleza irresponsables con nuestra información. Cuando somos figuras de relevancia o públicas, no sólo las filtraciones de datos se dan por acción u omisión propia, sino por lo que los demás saben e informan de nosotros.
Las redes sociales, los sitios de noticias y demás repositorios de información, como lo pueden ser incluso historiales de navegación en equipos de cómputo, cuentas de correo electrónico, servicios de mensajería instantánea, chats, cámaras digitales, GPSs, tabletas y equipos celulares son enormes minas de indicios sobre nuestras vidas. Bien lo dice Andrés Velázquez de la firma de investigaciones digitales MaTTica, el teléfono celular es el accesorio más personal que podemos tener. Y apenas estamos en lo que son temas digitales. El hecho es que hoy, con tecnología accesible a casi cualquiera es posible recuperar información de todos estos repositorios y usarla para cuestiones de espionaje o incluso de cómputo forense y constituirla en pruebas perfectamente aceptables en un proceso legal.
Pero como bien dije, el tema no acaba en lo digital. Una vez que de medios sociales e información disponible en Internet y en gadgets podemos armar un «dossier» detallado sobre alguien, saltamos al mundo real, en donde habremos de investigas aristas – lazos entre nodos y puntos de conexión que nos pueden dar información súmamente sensible sobre el objetivo.
Aquí entra mucho el juego de la creatividad y la ingeniería social. Ese arte de la personificación, de la actuación, de jugar con vulnerabilidades humanas – el hacer amigos, el incluso crear personajes e historias y contarlas con convicción y maña para extraer hasta el más sencillo indicio que nos lleve a otra pista. La observación es clave, el análisis de patrones, el conocer el ego de tu víctima y de los que lo rodean.
Los investigadores privados, sin embargo deben ser lo suficientemente audaces y astutos como para no dejar huella, no dar indicios de su trabajo – a menos que parte de su estrategia sea el generar una reacción por miedo y por tanto que la víctima pueda cometer errores. Y sin embargo, si hubiera alguna pista que el investigador deje – a propósito o no, se arriesga a entrar al juego del gato y el ratón, se vulnera y puede de investigador pasar a ser investigado – y en el camino, repercutir a su mandante con conductas de índole incluso ilegal – cuando se rompen leyes para investigar a alguien.
Errores comunes de un investigador privado:
- Dejar huellas en su investigación digital – extremadamente común
- Acudir a técnicas relativas al hackeo
- Llevar a cabo intervención de comunicaciones telefónicas y digitales
- Suplantar identidad
En fin, hoy estoy jugando al gato y al ratón con quien es mi investigador. ¿Sabrá él ya cuántos errores ha cometido?
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